Cuando una ráfaga de aire frío nos sorprende desprevenidos se nos eriza la piel. Si una canción nos conmueve intensamente se nos pone la piel de gallina. Y cuando sentimos terror, los pelos se nos ponen de punta.
Son tres situaciones bien distintas que producen el mismo curioso efecto sobre nuestra piel. La carne de gallina es un reflejo heredado de nuestros ancestros peludos. Servía para erizar el pelo. Cada uno de nuestros pelos tiene asociado un músculo erector u horripilador.
Está cerca de la raíz del cabello y cuando se contrae el pelo se eriza. Lo hace cuando recibe la orden del sistema nervioso. Y esta orden la producen estímulos tan distintos como el frío, la emoción y el miedo.
Hoy ya no tenemos pelo, pero el gesto sigue sucediendo sin él. Así, cuando hace frío se nos pone la piel como un pollo porque de igual manera que los pájaros ahuecan las plumas, nuestros antepasados peludos debían erizar los pelos de su cuerpo.
Así se formaba una bolsa de aire aislante entre la piel y el exterior que les mantenía calentitos.
Cuando sentimos terror también se nos eriza la piel. En este caso el objetivo biológico es otro: parecer más grandes y fuertes. Algo que sucedería si conserváramos el pelo.
Otros mamíferos con pelo, como los gatos o los perros, sí consiguen marcarse el farol. Erizando su pelo y lanzando sonidos amenazantes consiguen en muchas ocasiones disuadir a su enemigo.
Cuando escuchamos una canción que nos emociona o vemos una escena de una película que nos 'llega al alma' también notamos como se nos eriza la piel. En este caso no está muy clara la razón por la que nuestro cuerpo reacciona de esa manera. Lo que está claro es que no lo podemos controlar.
Fuente: América Valenzuela (El por qué de la Ciencia, RTVE)
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